Notas sociales #77

12/01/2024
Mientras más participo de la vida, más pierdo.
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Las lenguas se rompen; disminuyen. Las palabras se distancian entre ellas. Empiezan a ser desconocidas, extrañas, destinadas a no volverse encontrar.
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Cuando los códigos se desgastan, es mejor partir hacia el doloroso silencio.
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Caminamos entre alfombras cuyo reverso oculta polvo y basura. Estamos acostumbrados a ocultar, y es por eso que las redes se nos presentan como máscaras efectivas contra los demás.
No nos interesa el otro y menos quien camina junto a nosotros.
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Después de las 7 pm, los autobuseros de la línea Caracas — Los Teques manejan por la panamericana como si huyeran de ellos mismos.
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Queda el consuelo del arrepentimiento, asumo, puesto que no hay aprendizaje posible que dé una esperanza de días mejores.
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Si no tiene nada más que decir, prefiero que me deje en visto a que me reaccione un mensaje.
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Dice Pavese en el El oficio de vivir: «Entre los síntomas que me advierten que se ha acabado la juventud, el mayor es el darme cuenta de que la literatura ya no me interesa de verdad. Quiero decir que no abro ya los libros con aquella viva y ansiosa esperanza de cosas espirituales que, a pesar de todo, sentía antes. Leo y querría leer cada vez más, pero no recibo ahora como antes las distintas experiencias con entusiasmo, no las fundo ya en un sereno tumulto prepoético. Lo mismo me sucede cuando me paseo por Turín, no siento ya la ciudad como un estímulo sentimental y simbólico a la creación. Ya está hecho, se me ocurre responder cada vez.
Habida justa cuenta de las magulladuras varias y de los berrinches y cansancios y de los abandonos, queda claro que no siento ya la vida como un descubrimiento».
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Cansado de ser una transición.
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Sé que algún día no me levantaré. Y allí quedará todo.
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A veces hubiese deseado estudiar ingeniería en sistemas, cobrar 15 y último, tener los fines de semana para disfrutar con los panas, ir a la playa, escuchar música horrorosa y ser feliz con las convencionalidades de una vida así.