Notas sociales #57

10/10/2023
Los libros son alucinaciones controladas, estados lisérgicos de la palabra escrita, una construcción más o menos efectiva de la epifanía estética.
Podría retractarme de lo último. A veces, el control sobre lo leído es otra capa de la ilusión. Las imágenes vienen solas, estimuladas desde un eco parecido a nuestra voz.
La palabra escrita es un rastro más de la alteridad.
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Reaccionar a un mensaje es otro síntoma de la posmodernidad que no comprendo. Es una declaración, inconsciente quizá, de que nos estamos rindiendo ante el tiempo y el apuro.
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No tengo que explicar nada de estas notas, me digo. Mucho de esto es un sinsentido, un bucle de resonancias, aclaratorias y ausencias. Calzan en donde deban calzar, y las leen quienes deban leerlas, ya sea por una causalidad algorítmica o los desatinos de haberme agregado a esta red.
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«Mírame a los ojos, Faye. Uno de ellos es falso porque lo perdí en un accidente. Desde ese momento he estado viendo el pasado por un ojo y el presente por el otro. Así que solo puedo ver fragmentos de la realidad y nunca la imagen completa. Siento que estoy viendo un sueño del que nunca pude despertar, y antes de darme cuenta, el sueño ya había terminado».
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Un fracaso define más el paso por este mundo que las propias aspiraciones.
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He olvidado «mis cosas». Quizá porque siempre las cargaba en un bolso, pa’rriba y pa’bajo, y al encontrar una fogata, las he ido dejando de a poco, bajo la seguridad de una mirada eterna. A la larga, no he podido volver a abrir las puertas de esos hogares; han cambiado las cerraduras. No golpeo puertas. No rompo ventanas.
Sé que he perdido para siempre esas «cosas». Lo único que permanece, y atormenta, es la idea de que esas «cosas» también se desvanezcan en un rastro de ceniza.
Son ausencias que no se notan.
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Conocí a Otrova Gomas. Me llamó por teléfono. Me tomó una foto.
Solo eso.
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La tragedia contemporánea: El descenso de una ventana de chat que se rehúsa a borrarse.
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Imbatible la gentileza de un café.