Notas sociales #56

30/09/2023
Leo: «bendo 150 niños de 4–5 años entero o en partes».
En automático yo: Me sirven enteros. Los esclavos picados por la mitad son un poco difíciles de volver a pegar con necromancia.
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Los poetas no temen al ridículo, a diferencia de los narradores. He allí la clave del éxito de los primeros. Por eso se leen más.
Ojalá tener el valor de un poeta.
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De tener hijos, por lo general me he visualizado como un padre soltero. No tengo la certeza de saber por qué. Quizá parte de una extraña necesidad de crear una tragedia o de sostener un imaginario individual en donde las cosas siempre se me han dado incompletas, con un sabor que no es el esperado; y de aquí partiríamos en un montón de posibilidades: resignación, despedidas, cansancio.
Otra imagen: una caminata por el parque de la mano con una pequeña niña. Ella señala las cosas a su alrededor, y yo le digo el nombre que tienen en la realidad interpretada. «Árbol», «cielo», «guacamaya». Ella los repite y pide un helado. La tarde pasa sentados en un banquito. Se ha quedado dormida.
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Un personaje con falencias no es justificación para la mala escritura. De hecho, las contradicciones del personaje resaltan el oficio de quien escribe.
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Fallé como «literato». Solo leeré al ganador del Nobel de literatura cuando, en efecto, gane.
Aunque, se me acaba de ocurrir un ejercicio: leer al segundo lugar. Quizá allí, en esa exótica forma de fracaso, nade mejor mi curiosidad.
Los ganadores me dan, hoy en día, caspa.
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Un japamala de Rudrashkas en veinte dólares. Debe haberlo meado el mismo Buda.
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Entre «Qué rico se te ve el hilito en la clase de mate 2» y «Y solo se me ocurre decir que como sanguchito de diablito y cheeswhiz me haces feliz», ¿cuál es la peor línea escrita alguna vez por una banda de sifrirock veneco? ¿Cuál rey está más desnudo?
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¿La gente escucha música?
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Cada ciudad es una extensión de los sueños rotos de sus habitantes.