Notas sociales #49

14/08/2023
Convertimos en pesadilla
lo que antes era sueño.
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Qué increíbles son los piratas; o al menos, la fabulación que tenemos de ellos. Incluso así, todo lo que rodea al imaginario náutico de los corsarios es fascinante. No solo la organización de una sociedad independiente de las reglas del mundo civilizado, sino que el núcleo de toda la fuerza de estos va a la par con lo indomable del mar.
En dado caso, es el mar el verdadero sostén de las historias de piratas. El filo del horizonte: la espuma de las olas, ese resquicio en donde el mundo acaba y se rellena con imaginación.
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Siempre habrá tiempo para el arte. Mejor dicho, el arte se abre espacio entre la rutina para decirnos: «Escógeme por encima de todo».
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Cuando pienso en mi propia poética ya estoy ejerciendo la soberbia. Podría estar dando vueltas alrededor de poéticas externas, de otros autores, de otros movimientos. Pero no, aquí ando, pensando sobre y para mí. Admito que quisiera ser más modesto en estos tópicos, pero no me sale. Creo que tengo un deber de detenerme en lo que escribo y en lo que arrojan mis propias palabras dentro de la ficción.
Sin embargo, también pienso que me aíslo, que me alejo descaradamente de otras corrientes contemporáneas que se supone que deberían interesarme. Estoy enfermo de indiferencia; una indiferencia que denota ingenuidad, hastío y malcriadez.
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La Fantasía aborda la grandeza no solo de las inquietudes humanas, sino que recoge y traduce, sin perturbar, el tenue aleteo de las libélulas en un estanque, como si ellas hubiesen decidido compartir un obvio secreto: las historias son portales de sanación.
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Los lugares me han perdido de vista. ¿Adónde conducen las huellas en adoquines disueltos? Polvo dentro del polvo, hojarasca del otoño muerto, tumbas de un cementerio sin nombre. Caminante fugaz.
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No más series de Star Wars, por favor.
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Abogaré siempre a la detonación del Estado.
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Vivir se ha vuelto en alzar una antena y esperar capturar alguna señal, algún mensaje, de lejos; una leve esperanza de compañía entre tanto ruido blanco.
Nadie responde. Solo queda el bisbiseo de la estática y el crepitar de la propia soledad.
Olvidamos estar.
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La palabra articulada también tiene características de ruido blanco. Se amontona linealmente en las esquinas de todas nuestras interacciones.