Notas sociales #48
07/08/2023
Han sido meses crueles. Los bárbaros han llegado. Por donde pasan se ven los estragos, las vísceras, el rastro de muerte; han extendido sus senderos a punta de sangre, conquistado territorios para dejarlos asépticos. No crecen más árboles. Cuelgan cadáveres de ellos. No volverá a crecer nada. Solo Abismo.
Se alimentan, precisamente, de la desesperanza de aquel que ya se ve derrotado.
En efecto, han sido meses crueles. ¿No se apelleja la mano que sostiene la partisana?
—
Caracas deja de ser ciudad cuando llueve.
—
Me he dado cuenta de que estas notas están de aniversario. La verdadera vejez está en la metodología de llevar registro del pensamiento. Voy dejando algunos retazos, muy nimios, es verdad, de lo que creo ser, de lo que significa el existir. La virtualidad avanza, pero yo sigo creyendo que la palabra, este sistema lingüístico nuestro, aún tiene algo que puede conmover, aún tiene una porción de vitalidad ante tanta desfachatez.
Nada cambiaría si yo no escribiera estas notas. Serían reemplazadas por un meme o un anuncio. El dedo que está detrás de la pantalla seguiría deslizando tal cual lo hace ahora.
Estas notas, a lo mejor, no están destinadas a preservarse porque hemos perdido el hábito de preservar. Todo lo dejamos ir; o peor, todo lo almacenamos en particiones de terceros, en nubes que solo dan la ilusión de propiedad, pero que a la larga solo son espacios prestados.
El internet es un cuarto alquilado que se nos dibuja nuestro. Casi, casi, casi, como la vida. Este resquicio de existencia es una hazaña del cosmos. No se puede luchar contra tal inmensidad.
—
La astrología se me aparenta como autoayuda cósmica.
—
La filosofía me interesa poco. Tipos con Kant o «Jeideguer» se me hacen insufribles.
Entonces, reproduzco el Powerslave, de Maiden, y me alegra que mi sistema de pensamiento se reduzca a los acordes, a ese río próspero que inunda el silencio hostil del mundo.
—
Un buen escritor, o narrador, debe ser capaz de contar su historia de la A hasta la Z. Los ejercicios formales, experimentos y demás juegos son puntos y apartes; y es muy fácil caer en la autofelación cuando estas formas consumen lo que queríamos contar. La historia, el cuento, debe respirar.
No son los ejercicios de forma lo que nos puede conmover, pues eso siempre es como un mensaje para otros escritores, para un crítico con nombre y apellido, sino la solemnidad o el desgarbado acto de contar el destino de los personajes.
—
El espejo me reconoce, pero yo no a él. ¿Quién es ese muchacho?
Reconozco, en dado caso, en sus ojeras, las perpetuas ausencias.
—
Falsa justicia que nos regala el despertar. Esa luz de la ventana calienta un punto, impotente de no incendiar lo que toca.
Ya nadie mira a la cara.