Notas sociales #47
31/07/2023
El mundo cambia solo para que no podamos reconocernos.
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Hace una noche lluviosa. Es curioso pensar en cómo cada gota, distante, se entrega a fragmentarse una vez que caiga. No sé si deja de existir; se divide en gotas más pequeñas, salpicaduras de todo un recorrido que viene desde los cielos, que continuamente confundimos con el lamento de algún Dios.
Las gotas de lluvia son las nubes intentando pensar.
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Cuando mi mente se enfrasca en un videojuego, casi siempre recaigo en la admiración de todo lo que rodea a mi avatar. Fenómeno extraño el de la inmersión; confuso, también. Por lo general, fuera de estas pantallas, fuera de nuestras casas, somos otros, una pretensión más del sobrecargado peso que conlleva el existir para uno mismo, y por ende, para los demás.
Pero en el videojuego, a pesar de encarnarnos otra piel, conectamos genuinamente con lo que deseamos hacer. Es como si esta ficción agrietara la máscara y nos ofreciera un segundo hogar, una programación segura para destrabarnos de la pantomima. No en vano también la oscuridad del ser sobresale: se juega a ser malvado en aquellos mundos, dependiendo de la libertad que nos otorgue dicha diégesis.
El videojuego desequilibra la libertad del mundo interpretado.
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No diré que la música de hoy en día es una chuchería, pero la manera en que la escuchamos me hace pensar que sí.
Agradezco haber nacido y vivido una época en donde escuchar música, el militar intensamente con una banda, con una noción del mundo a través de cuatro acordes, era el combustible necesario para seguir pateando calle, resistiendo, llorar sin vergüenza.
Cada quien escuche lo que quiera, de verdad. Pero escúchelo como si su vida se le fuese en eso. Involucrarse con el arte y no perder el alma en el proceso me parece barato.
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¿Y si el destino de toda esta tristeza es una gran novela que no podré escribir porque me hace falta técnica en el lenguaje?
No me basto desde la palabra. Lo sé. Me resiento.
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Dios es un buen tipo. No lo pongo en duda.
Pero está ocupado.
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Todo esto es pedantería. No hay voz amable acá.
