Notas sociales #38

1/05/2023
Migrar las ideas. Del papel hasta la laptop, de la laptop hasta el papel. Estas notas fragmentarias no tienen hogar. Alguna vez encontrarán puerto.
Por la mañana, rondan por la casa, asimilándose ellas mismas, dándose de comer con los estímulos del nuevo día.
Por la noche, son solo vacíos. Habitan las paredes y la duermevela. Algunas se convierten en ficción, mientras otras mueren sin más.
Están destinadas a ser cadáver.
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En otro lado escribí: «No se puede empezar a levantar un mercado editorial en Venezuela si las editoriales que todavía existen no reciben manuscritos. Entiendo el tema del dinero, pero editar es ir en consonancia con lo que se está escribiendo, y para eso deben leerse propuestas fuera de los panas».
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Decidí montarme en el camión de mi amigo Eduardo y comencé Berserk.
No puedo decir nada que no se haya dicho, salvo que los trazos son tristes, remendados con toda la intención de significar más allá de su propio formato.
Una obra de Fantasía como esta escapa de la convencionalidad estrafalaria en la que se ve envuelto el género muchas veces, pues se encarga de contar, desarrollar y convertir el paso del hombre por ese mundo en el reflejo de algo mucho más grande.
Fuera simbolismos inútiles, la historia de Berserk es la historia del propósito y sus obstáculos; estos motivos son tan antiguos como el mismo arte de escribir. La diferencia aquí es que la Fantasía es el medio que dignifica este movimiento, una simbiosis que solo la épica puede trasladar hasta el corazón humano.
Agradezco que no haya morbo por el morbo. La crudeza de sus páginas no se debe al entretenimiento banal al que nos ha acostumbrado el mercado occidental y su visión de las obras de Fantasía. Se debe a un estudio meticuloso de lo extremo, de llevar lo que se quiere contar hasta el límite de sus posibilidades, y muchas veces, esto puede resultar en una tristeza honda, en una cicatriz.
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Sigan pensando que mi declaración de guerra contra el realismo es un chiste.
Que ustedes no tengan una convicción estética no es mi problema.
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Fingir que no te están pagando por defender un coroto.
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Hay que pensar que te están pagando para que algo salga bien.
Si ese algo es un proyecto cultural y literario, imagina que te pagan el doble.
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El día de mi cumpleaños, luego del bautizo de la revista, fui a tomarme una birras con algunos compañeros de la escuela de Letras. La tarde fue pasando entre trago y trago, entre risas y risas, entre disociación y disociación.
Los 34 ya estaban acá, como un paquete sin dueño.
A las 5 de la tarde, como en ese poema cronológicamente inexacto de Lorca, algo crujió muy fuerte. El primer instinto fue imaginar una balacera, un choque de carros, un motorizado con el tubo de escape dañado; es decir, los ruidos de la ciudad un lunes. Pensé, incluso, que estaba a punto de temblar, pues aquello fue un grito natural que no provenía de una garganta humana.
Gaia quiso vengarse y las ramas altas del árbol que nos daba sombra en aquel local nos cayeron encima. Salí ileso por mi reacción, con un hematoma en el muslo para recordarme mi torpeza poco heroica. Las verjas del local no salieron tan bien paradas y se doblaron. Madera contra metal, ayudadas la primera por el factor sorpresa o la mala mano del herrero.
Pasó el susto. Otra cerveza y una ronda de tequeños, que dicho sea de paso, no corrieron por la casa.
Los dioses tuvieron una extraña forma de felicitarme el día de mi nombre.