Notas sociales #31

6/11/2022
Un paso errante a la vez. Un vaso de agua por la mañana. Una decepción por día. Acumulamos en el espacio las vidas que vamos siendo, que vamos intentando. Al atardecer, el espejo nos recuerda que cada arruga late como un corazón a punto de infartarse. ¿Cómo hablar abiertamente de lo que nos hace daño y atormenta?
¿Cómo dejar de pensar la calamidad como una fuente inagotable de experiencias cuando no son más que desengaños, palmadas que nos damos para no caer en la insatisfacción de nosotros mismos?
Allí, en el camino al lado de la carretera, ha quedado una parte de mí, con los páramos estrangulándome momento a momento.
Hay caras que prefiero borrar porque su luminosidad me ciega.
Los recuerdos son un encierro.
Los amores no se hacen porque no existen.
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Celebramos la nimiedad porque la grandeza de las hazañas de antaño ha quedado relegada para un momento mitológico.
Al llegar a casa, quitarse los zapatos y respirar el aire puro del hogar. La calle como espanto, recordatorio de que no existen caminos.
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Escuchado por allí: existen tantas poéticas como escritores en el mundo.
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Un anuncio le recuerda a Borges que ha pasado un tiempo desde la muerte de Beatriz. Mis fondos de pantalla se resisten a cambiarse, aunque el reloj inevitablemente siga hacia adelante y anuncie que el mundo ya no es el mundo que era, que el abismo ha crecido; y aunque hay una mirada fotográfica, hipnótica, que se niega a irse desde mis pensamientos, no es más que la acumulación ensoñada y el anhelo de un lugar mejor.
En la otra orilla ya no hay botes. Alguien ha secado los lagos.
El presente es una mancha entre las viñetas de una tira cómica.
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¿Cuántos universos perdidos hay en los sueños que no recordamos al despertar?
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Traducir es enfrentar al lenguaje contra las limitaciones de una cultura; y a su vez, agrandarlo y elevarlo a matices desconocidos en el paladar de quien se dispone a buscar equivalentes entre los vocablos.