Notas sociales #28

28/09/2022
A veces creo que peco de ser un sofista involuntario con estas notas al aire. Mi interés no es filosofar ni contrastar teorías con otras teorías. Lo mío, quizás, es sencillamente entregarme a los lindes de mi propio pensamiento para ordenarlos, encausarlos hacia la vastedad de lo desconocido. No tengo la genialidad de un filósofo, y carezco del oficio afilado de los escritores a quienes corono como mi influencia directa. Soy creyente del diálogo entre las ideas, incluso entre aquellas que parezcan incompatibles por cuestiones de tradición o método; si no se puede comparar lo diferente, la comparación no tiene sentido.
Tengo un fuerte deseo de cuestionar, de llevar la contraria; no por mero gusto, sino porque hay algo dentro de mí, una intuición primigenia que parece resistirse a la aceptación pasiva de cualquier idea o cualquier pensamiento. Si toda tesis tiene su antítesis, ¿cómo se llamará aquello que permanece en el medio de ambas, aquella que prefiere mantenerse al margen por mero rechazo a lo planteado? ¿Cómo llegamos a siquiera inclinar la balanza por una línea de pensamiento en vez de otra? ¿Qué nos está condicionando?
Puede que, como hijo de mi generación, yo viva en las interrupciones del pensamiento; un pensamiento deforme, sin base, sin rumbo, adolecido, acabado incluso antes de nacer.
Soy deudor del pensamiento agrietado.
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Para que no se me olvide: La ideas objetivadas formalmente en los materiales literarios.
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Hace unas semanas hablé sobre Rings of Power y la genialidad de su introducción. Hoy por hoy, se ha desvanecido tal opinión. La serie terminó por convertirse es una sosería que solo usa nombres como referentes de la obra a la que adapta, y da vueltas sobre temas que distan de lo épico, como si todo rastro de su capítulo inicial solo hubiese sido una carnada para escépticos como yo.
La caracterización resulta atada a las tendencias contemporáneas de servir al histrionismo. Mientras más enfadado el personaje, más agradable resulta ser por rebeldía, por su cólera. No estamos hablando en los términos de Aquiles, sino en los términos de infantilización de la adultez, entendida esta por los medios audiovisuales como la soltura de las pasiones que solo resultan en arrebatos adolescentes. Galadriel, ni más faltaba, es el personaje tópico que refleja esta rebeldía mal encaminada a la niñería. Pero, eso es lo que nos venden como adulto, además de las escenas que reflejan crudeza o un alto nihilismo de escaparate.
Entre otras cosas, como manifestación audiovisual de la Fantasía, se ha quedado en el envoltorio de la construcción gigante y titánica. La serie no parece transitar por los días mitológicos, entendido esto como los días en que los dioses compartían el pan con los hombres; aquí, en estas páginas, entendemos el mito como las eras en que los dioses caminaban junto a las hazañas de los héroes, las narraciones de origen fabuloso como pivotes de una primigeniedad que nos habla de las distancias que hay entre el universo animado e inanimado, entre el mundo de los muertos y el de los vivos.
Hace falta un mito, diría Pavese, en esta historia.
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De House of the Dragon no vale la pena hablar. Eso es una novela histérica sobre problemas de gente millonaria con otra gente millonaria, que tranquilamente podrían transmitirla por Televisa, Venevisión o RCTV en horas de la tarde.
No hay nada en ese universo que pueda seguirse explotando porque GOT ya lo hizo a su manera, y lo que queda son resabios de la pobre interpretación fantástica que tienen sus productores sobre los tiempos en que los dragones dominaban las tierras.
Por esa vía, la obra de Martin morirá eventualmente.
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Lo que que cautiva de 3000 years of Longing es su capacidad de adentrarnos en el mundo de las historias, como si fuese fiel a una tradición de cuentacuentos y quisiera presentárnosla sin mayor pretensión.
Ni más faltaba que dentro de estas historias se revelen otras historias que nos cuestionan sobre los compromisos que perduran en el tiempo, y en los sacrificios hacia el otro y por el otro; más allá de un deber, una condición más del ser.
Si alguno dice que el lenguaje es la casa del ser, me permito refutarlo, pues creo que son las historias el verdadero hogar de nuestra alma.
Otra cosa que me agradó es la conceptualización de los códigos fantásticos en los que va trabajando. Primero, los anuncia en forma de delirios propios de una persona imbuida de narraciones aplicadas — pues toda narración, como toda ciencia, para serlo debe ser aplicada — hasta que la irrupción del mundo de lo fantástico hace su entrada en escena; no como una violentación — término Todorovtiano que me parece nefasto — sino como una amalgama de la realidad propuesta por la diégesis; es aquí en donde puede darse el intercambio, el flujo narrativo que hace que la película triunfe como ejecución de otros mundos posibles.