Notas sociales #23
29/07/2022
Escribir se ha hecho tedioso, de nuevo. No sé si estoy perdiendo facultades, pero eso sería asumir que alguna vez las tuve. Es un largo proceso. Quizá mis historias intenten escaparse porque desde este cuerpo no puedan alcanzar su verdadero potencial. Intento retenerlas como si me aferrase a un alma, a las almas de mis maestros, a las almas de quienes considero que sí consiguieron alzar los trofeos de la ficción.
El rechazo editorial y las constantes negativas de revistas pequeñas me han hecho tomar un descanso. ¿Un descanso de qué? ¿De mí mismo? ¿De este mundo hiperconectado que tiene la necesidad de comunicarlo todo en todo momento y todo lugar? ¿De la sintaxis? ¿De las historias que ya conozco? Más que un descanso a veces parece un escape; huyo de lo que intuyo saber a pesar de que me ha dicho que la intuición en la verdadera sabiduría. Puede que tenga que aprender a escuchar.
Puede que esté cansado de las dinámicas de visibilidad. Para que te lean, debes publicar, y para publicar debes escribir. Es aquí donde el juego se tranca, porque si la escritura no parece estar madura, es muy difícil obtener la tan anhelada validación editorial de los concursos, de las convocatorias, de todo el gremio que está intentando hacerse un lugar. Somos como cocodrilos en un río revuelto, con la diferencia que lanzamos dentelladas al aire, al agua, a cualquier movimiento que parece importante.
De este lado del muelle entiendo el querer abandonar las formas, el deslastrarse de todo ese movimiento que permea al arte, que nos evita observar a las obras desde su fenomenología. Quiero tirar todo por la borda y que las palabras surjan como tienen que surgir, sin estar pensando en el lector, sin estar pensando en el editor, sin estar pensando en el formato o en la vialidad de lo que escribo. Quiero escribir por el mero deseo de compartir mi fascinación por el vacío.
—
Hay algo en la enseñanza que es imposible capturar y transmitir. No sé qué pueda ser; solo sé que es tan sencillo. Ese momento en donde un pétalo se desprende de una flor, ese minúsculo momento de impermanencia, de lo efímero, que anuncia que algo que es ya no es y no volverá a ser nada más que en el recuerdo de alguien que lo ha presenciado.
Ese algo es el mito.
—
Los libros de Fantasía contemporánea batallan con el lenguaje porque crear un mundo desde cero requiere diluir el referente. Se nos enseña que el arte debe ser performativo, representativo y vívido en consonancia con los acontecimientos únicos de la vida cotidiana. Muy chévere esto, pero también pienso que el arte puede surgir como una chispa y arrasar toda referencia para poder crear sobre las cenizas de lo que ya estuvo, porque lo que estuvo no es más que una leve silueta de otra representación.
La Fantasía no crea sobre la nada; trabaja en la medida en que esta nada exista en la representación.
—
Quiero experimentar escribir a mano, en una buena libreta, de esas encueradas, con hojas finas, que el desplazamiento del lápiz sea como un timón en aguas calmadas. Esto lo escribo desde la computadora, mientras el sonido de las teclas me van revelando el ritmo que estoy siguiendo y que sin dudas seguiré a medida que los pensamientos van surgiendo; no podría hablar de quién domina a quién, si la memoria muscular es quien tiene el mando o son mis fugaces pensamientos los que dan forma a este teclear mesurado, rítmicamente torpe.
También tener una libreta me abriría la posibilidad de bosquejar, quizás hacer pequeños dibujos de un pensamiento que no halla forma en la palabra, o una palabra que halló forma en el dibujo. Soy un mal dibujante; mi talento para una viñeta es igual al de una palmera. Quizá solo necesite soltar la mano a medida que mi cabeza da vueltas sobre una o varias ideas.
