Notas sociales #20
Leila Guerreiro, con el perdón de su pluma, se equivoca. Hablar del dolor ajeno reflejando el propio, o la concepción propia, es disparar a blancos que no existen. El dolor no solo es dolor; el dolor es la definición, resultado, síntoma, como le quieran llamar, de la impermanencia; es la cura para la insensatez y la estupidez. El dolor es la mejor compañía de la soledad; nos despierta y pasea por los estadios de una consciencia que quizá no estamos escuchando.
Y eso duele.
El dolor no existe solo por existir. A diferencia del mal, no existe un dolor primigenio; existe, sí, un dolor irracional, descarnado, sin fe, que apoca la voluntad de su huésped, como si empañase el vidrio de un carro que va a mil por hora en una carretera llena de baches.
¿Se aprende del dolor? Obviamente quienes han olvidado vivir en términos eucatastróficos son estos amorfos posmodernos que nada les vale, nada les gusta. Son los rebeldes sin causa, porque la causa son ellos mismos.
El dolor es un buen negocio, también. De allí que salga tanto charlatán prometiéndonos la cura para el sufrimiento. El dolor no es más que la forma transitoria de experimentar la vida, al igual que la felicidad. Es una particularidad más dentro del entramado, dentro de este guion chapucero.
Decir que no aprendemos nada del dolor es negar el aprendizaje de los buenos momentos. ¿Cuál es el afán de negar el amarillo de un girasol? ¿No querer ver el loto en el estanque? Pura basura posmediática.
Al final, dolor y felicidad no importan. Importa más la salud; ya después vemos qué hacemos con eso.
-
Bubble, de Netflix, es una idea a medio madurar. Visualmente no deja de sorprender por su extensa paleta de colores. Quiero pensar que me contaron la historia a través de esos trazos y de aquello que Hibiki y Utah no se dicen.
Tomando de base el cuento clásico de Andersen, Bubble se catapulta como una historia de ciencia ficción en donde Tokio es el epicentro de un fenómeno gravitacional -representado por burbujas- que la ha hecho inhabitable. Aquí acudimos a la historia de un grupo de marginados que, para sobrevivir, esgrimen el parkour como sistema social, tanto para intercambiar bienes como status. Luego, tal como pasa en la historia mencionada, aquellas burbujas, ya en forma humana, contactarán y se relacionarán con nuestro protagonista.
Reitero, es una película intensa en sus últimos cuartos. Ya hablaba de la necesidad del final feliz; pienso que acá se ha logrado. Dejando de lado el poco desarrollo de sus personajes y la rapidez con que pasa todo, Bubble es fiel a sus tópicos y a lo que quiere contar: la historia del encuentro de dos mundos, y cómo este encuentro se traduce en la universalidad de querer estar con la persona querida. Se traduce en el sacrificio, cuasiromántico. Tal como la pequeña sirena se transforma en espuma de mar, esta historia hace un sacrificio para entendernos.
-
Sam Raimi salvó a Doctor Strange 2 de caer en el pozo del absurdo. Pasamos del cine de superhéroes al clásico “corre que te alcanzo”, y solo esto pude ser llevado por un director al que le importa poco o nada Disney. Algo habrá concedido, eso sí, pero el resultado final es una película atrevida en este contexto.
No creo que sea la mejor el MCU, pero está muy lejos de ser la peor.
Los guiños a Evil Dead se agradecen. Habla de lo bien que Raimi conoce su propia obra, y mejor: su propio estilo.
-
En el día de la madre vi a mucha gente que no tuvo madre y pareciera que desearan que los demás tampoco tengamos.
Dejen de joder. Joden en San Valentín. Joden en Navidad. Joden en Semana Santa. Joden en cumpleaños propios y ajenos. Joden, joden, joden.
-
Digo poco de lo que leo porque ya el autor me ha robado todo lo que podría decir. ¿Qué potestad tengo de pasar por encima de él?
