Notas sociales #19

M. M. J. Miguel
3 min readMay 3, 2022
Créditos a Feefa

¿Qué sería del artista sin sus tópicos habituales?

Un algoritmo.

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Tenía años sin ver El viento se levanta, de Miyazaki. Nada más al empezar, la obra despliega el estilo visual apegado a otras del mismo estudio, pero dejando entrever que más que una oda a la imaginación fantástica de su autor, es una crónica de la historia contemporánea de Japón; la ha hecho lúdica y eso me parece una maravilla.

Luego nos introduce en la piel de un ingeniero aeronáutico en plena WWII. Lo que verdaderamente sorprende es la capacidad narrativa de pincelarnos la genuina vocación de este personaje para construir aviones. Si bien podría decirse que la ignorancia no salva de la culpa en estos casos -no olvidemos la muerte y la desolación que trajeron consigo los japoneses-, lo trascendental acá es como Jiro/Hiro se hace uno con su sueño, sin importar qué pase en el mundo. ¿No trabajan así también los escritores, los pintores y los artistas verdaderos en general? Entonces la obra ya no nos habla de la capitalización bélica en el siglo XX, sino que nos habla de sentarse a echar lápiz como un demente porque es imposible retener ese sueño creador, como lo llamaría María Zambrano.

El arte explota como las bombas de los aviones que Jiro ha construido.

Mi recomendación, como siempre, es mirar a Japón con lupa en cuanto a contar historias asombrosas se refiere. Basta de tanta cháchara que nos venden como arte.

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Menos afortunada es Belle, del 2022. Esta obra agridulce es víctima del sobre esfuerzo de resignificar la historia clásica de la Bella y la Bestia en algo que no sé determinar más que por su nombre: un desastre anticlimax.

Los códigos animados sostienen la obra porque hay trazos tan coloridos como un viaje en LSD, que también somete al espectador a una experiencia inmersiva porque la obra habla de eso: de la consciencia trasladada a servidores en línea, en donde podemos ser quién nosotros queramos. Hasta allí, vemos un tema de la ciencia ficción contemporánea, que inmediatamente nos previene de las aristas de estos mundos artificiales.

Lo trágico de esta historia es su última media hora. Más allá de llevarnos por la interrogante la consciencia digital, y de preguntarnos qué o quién es en realidad la Bestia, nos termina desbancando en un drama familiar que ni es conmovedor ni resolutivo. Es así y ya. Créditos y bailemos.

Adaptar los cuentos de hadas no es trabajo para cualquiera. Japón aquí ha fallado.

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Sobre mi salud: estoy mejorando. Me siento bien y con fuerzas.

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Reproduzco y doy vueltas sobre un comentario de Twitter que me pareció acertado. Que nos gusten las obras que vimos/jugamos/leímos en el pasado, y que las comparemos con las de hoy, en donde las primeras siguen teniendo nuestra simpatía, no es una cuestión de nostalgia.

No hay nada de extraordinario en aceptar que a veces el pasado tiene más calidad.

No hay nada de malo en afirmar que la primera de Matrix supera con creces a sus secuelas, ni que el Quijote desmonta todos los espejitos que los posmodernistas nos venden con sus “trasgresiones, deconstrucciones” y demás pavadas.

No hay nada de malo en decir que Turning Red es una película complaciente al igual que Encanto; o que la redefinición de “Fantasía Adulta” no es más que el uso peyorativo hacia obras que la nueva/nuevísima crítica de escaparate, salida de los blog de propaganda new age/edgy/ImTooCoolForThisSchool no considera como tales.

Admiremos a quienes hoy en día no niegan su genealogía imaginaria, sino que la reafirmen a su modo. Eso es madurez. No pataleos de una masa que intenta ser única y diferente a través de la ansiedad y la terapia; a través, y me perdonan, de la lástima.

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Cine, literatura, videojuegos, cómics. Todo vale en el festín de la imaginación. Pongamos a dialogar a Ramos Sucre con Miyazaki en nuestra cabeza y veamos qué sale, en qué punto se encuentran y en qué momento se distancian.

Eso es la belleza.

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M. M. J. Miguel

Entusiasta de las artes escritas y sonoras. Recolector nivel experto de rechazos editoriales. Pirata de tierra firme. Letras UCV.