Notas sociales #15

Articular el pensamiento en medio de todas las crisis es un acto, casi, de fe. No hay fondeadero visible, ni mucho menos puerto seguro. Zarpar lejos parece ser la única solución, en silencio, en medio de una bruma causada por los pensamientos de otros.
Entonces, una vez a la deriva, contemplar la vastedad de la calma; tensa, sí, pero calma al fin. El flamear de la vela sustituye el compás del corazón.
Dentro de todo, mayor es el deseo de sobrevivirnos al mundo.
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Hay mucho comentador complaciente en internet, páginas especializadas en -inserte aquí la variante narrativa de turno-.
Tenemos dos opciones. Por un lado, la adulación casi enfermiza del material. Todo gusta. Todo sorprende. Todo alivia la sed del más entusiasta de los entusiastas. Se pierde el punto medio, y la reseña termina siendo tibia, forzada e incluso poco instructiva para el interesado, o sea, yo -quién más-, de turno. No sé dónde repartirán dicho manual, pero están cortados con la misma tijera.
No espero una crítica sosegada o una reflexión de tintes antropológicos. Solo quiero saber si el producto es interesante; no si va a cambiar la historia de la literatura, del cine, la televisión o el cómic. Afirmar esto último es una irresponsabilidad o quizás un recurso que permite rellenar palabras porque a los pobres diablos como yo, que hemos caído en el oficio de reseñar, les pagan por palabras y no por contenido.
En la otra arista, está el odio hecho verbo. Nada les gusta. Nada les atrae. El tufo snobista denota un cansancio entendible en tiempos donde la presa favorita de los algoritmos son las historias. A veces comparto ese hastío. El único momento en donde somos islas es cuando ya dejamos de disfrutar la mediocridad.
Pero, al punto. La jaula de sintetizar todo un pensamiento o una actitud ante la obra de arte contemporánea está moldeada por los intereses de los medios y divulgadores que muy poco les atrae la obra en sí misma. Ha sido así siempre -me parece- y la libertad de decir “esto me gusta”, “esto no me gusta”, queda guindando en sus extremos. Me explico: si me reseñas bien, tendrás beneficios. Si me reseñas mal, también nos dará una pinta de ser un medio “serio” y “contracultural”.
Una vez lo comenté con algunos amigos: la contracultura no se trata de ser idiota, imbécil o mamador. Se trata de ser genuino.
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Leí hace poco “Un tlacuache salvó este libro del fuego”, de Daniela L. Guzmán. Me ha encantado, y por el momento solo puedo copiar mis impresiones en goodreads: “Posiblemente encontremos, resonemos y reflexionemos constantemente sobre los temas que trata Un tlacuache salvó este libro del fuego en nuestra vida cotidiana. Muchas de sus preguntas podrían salir, por ejemplo, mientras desayunamos, en la ducha o de farra con unos amigos. Serían preguntas válidas y genuinas, parte de nuestra inquietud contemporánea.
Este libro de cuentos se detiene con categoría en el ojo de la posmodernidad, no solo en forma, lenguaje y subtextos, sino que hila con mucha destreza el imaginario de una generación que entiende que el futuro es disoluble en nuestro propio presente. Aquí saltamos desde la problemática de la virtualidad, de la dinamización de las relaciones, del hiperrealismo, del ciberpunk, hasta la emancipación de las estructuras de poder, la cultura de dominación, el poder del Estado, el posmarxismo, e incluso un revisionismo de la naturaleza sexual. Todo esto en forma de cinco buenas, bien logradas, historias.
Daniela L. Guzmán tiene un estilo apasionado, como si presionara el lápiz contra el papel, remarcando cada palabra como si le saliera de una garganta dentro de su garganta. En lo personal, me conmovió, removió y me divirtió; fuera de eso, me dejó pensando; no me aleccionó. Me dio la oportunidad, la libertad como lector, de cuestionarme, tomar notas, incluso de envidiarla -y mucho- por escribir y tocar las campanas de mi cabeza. Como diría un buen profesor mío sobre Ribeyro, “aquí hay un escritor”, yo lo digo con Daniela y sus historias: “Aquí hay una escritora”. Hay una obra consolidada, una estética que se percibe como la suma de muchos lenguajes, que se escapa a veces con el coqueteo de la transmedialidad, con un sabor sincrético en cuanto a creencias y un armonioso latinoamericanismo que me lleva a Mishima, Murakami, Toriyama, e incluso otras lecturas de contemporáneos tales como Ednodio Quintero, nuestro japonólogo.
Las estrellas las justifico por dos razones. La primera, de índole emocional. Los cuentos cautivan, y si la literatura es capaz de hacer temblar las tripas, ha logrado su principal cometido. La segunda es de índole intelectual, pues agradezco enormemente que esta obra hablara orgánicamente de muchos temas en común en tan solo 5 cuentos, que a su vez se sienten como 5 voces. No es fácil de leer, y aún así exige sin hacerte saber que te está exigiendo. ¿La mejor historia? El cielo de los entrenadores Pokémon”.
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Reinventemos la palabra reinventar y sus lexicalizaciones, que ya están dentro del pozo de los lugares comunes junto con el vital líquido, ojos como platos y tan alto como montañas.
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A veces me da la impresión de que la crítica local quiere meterme hasta por los ojos la idea de que “tal autor” es la voz definitiva de tal generación y que tengo que leerlo, que tengo que subirlo a un pedestal; como si todos se pusieran de acuerdo en ese discurso. “Vamos a perpetuar a fulanito porque lo publicamos nosotros. Puede que seamos panas, que nos conozcamos de toda la vida, pero hey, eso no tiene nada que ver con nuestro criterio de lectura. Guiño, guiño”. Se ponen intensos, fastidiosos y lo que menos me dan ganas es de leer a uno de los mismos siete escritores hablando de los mismos siete temas que aparentemente interesan a las mismas siete editoriales de acá.
No me malinterpreten. Es que sus voces no son mis voces, y no los veo moviendo ese culo buscando otras voces. Con el debido respeto. Yo sé que es muy fácil pedirles que arriesguen el bolsillo en algún chamo -en mí, obvio- que quiere tener su librito de cuentos de fantasía publicado o al menos considerado como un registro alterno cuando la plata no es de uno. Y ajá, la precariedad, y el sufrimiento y la diáspora. Yo eso me lo sé. Palmadita en el hombro y a seguir, será.
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Mi taller de narrativa sigue abierto. Se reprogramó para el 18 de marzo. Pregunten con confianza. Hay facilidades de pago. Si les gustan estas notas y desvaríos, más o menos saben por dónde irán los flechazos. Pasen por acá: https://efacontigo.com/producto/creacion-literaria-1-el-cuento-on-line-marzo-2022/
