Notas sociales #13

Declaración de intenciones de una mente cansada por el futuro
La distancia que hay entre una generación y otra es quizá lo que la define. Ese resquicio por donde el tiempo se coló y nos alcanzó. Por un lado, los míos, los de esta cerca, avizoramos el futuro y volcamos las inquietudes en sus posibilidades, en la solución que traería una vida sin infortunios.
Ahora, los otros. Ellos han nacido en el futuro; una simbiosis entre persona, tiempo, causas y reivindicaciones; un esmero no por romper, sino por reparar hasta los lados más espinosos de la pared, que supone algo entendido como esperanza. En el proceso, construyen y rehacen el mundo a través de la nominalización y de la necesidad de nombrarse, identificarse, marcarse y tipologizarse. ¿Por qué? Porque nuestra generación nunca se ocupó de ello. Ahora los míos cargamos con el peso de saber que el futuro llegó y no nos dimos cuenta, con el trauma de no haber estado atentos. No nos interesa nombrar; nos interesa la nostalgia de seguir avizorando los días venideros aunque ya no se nos permita.
Lo cierto es que las distancias se achican al darnos cuenta de que estamos asediados por el cambio constante de los discursos de poder y los desposeídos. No hay diferencia alguna entre ambas miradas. Las causas justas se mimetizan entre autoritarismos y la inclusión se disfraza de censura. Y en el medio, el tiempo, verdugo encapuchado, indiferente, nos empuja a la paila de nimiedades.
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Distingamos la cultura pop de la cultura pop. Una hizo lo que pudo para romper esa tonta barrera que conocemos como la “alta cultura”. Nos dio joyas como Blade Runner, Akira, Robocop, He-Man y Las tortugas ninja, por decir algunos.
La otra no la entiendo. No sé de qué va. ¿Qué me dice? ¿A qué obedece? ¿Qué la mueve más allá de facturar y quedar bien como el tema del fin de semana? Me gusta, admito, pero su carácter efímero, formulaico y algorítmico parece querer cerrarme la puerta a la apreciación.
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Amazon está a un paso de convertirse en el enemigo número uno de la obra de Tolkien. Dejemos de resignificar, reinventar y reconfigurar con el afán de martillar las historias en pro de una estética explosiva. Se supone que detrás de lo que contamos hay un interés genuino por penetrar en la consciencia de la historia misma, que al fin y al cabo es la propia, un sombra del peso que arrastramos desde que el mundo comenzó a darse cuenta de que era una red de fenómenos interdependientes.
Las historias de la Tierra Media son, en cierta medida, un punto de encuentro, una fogata en el bosque para el viajero cansado, que busca calentarse la garganta con hidromiel. No escapa al amanecer, ni le teme a la oscuridad. El viajero sabe que detrás de cada risco del Reino Peligroso puede encontrar la muerte, pero también sonríe porque dentro de la amenaza de la sombra hay una pequeña posibilidad de volver al hogar y regalar un poco de Fantasía a quienes nos esperan, incluso a nuestra propia soledad. El mito del eterno retorno es la comprensión absoluta del equilibrio.
¿A quién le hemos regalado Fantasía?
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La rentabilidad de una carrera humanista no descansa en un cálculo de los ingresos mensuales. Si nuestra primera aproximación o defensa de nuestra carrera es el monetario, pues, algo hay que revisar.
Soy de los que propone defender y argumentar ante las burlas y desestimaciones con, precisamente, los mecanismos del oficio. Defender las artes desde las alegrías que nos dan, y no desde el bolsillo. Esto último puede ser dejado como remate, pero no debe ser el foco, pues caemos en el terreno de quienes han venido a preguntarnos “¿por cuál letras vas?”. Seguirles el juego es dejarlos ganar. Tampoco les haremos entender. No nos debe interesar hacerlos entrar en razón, sino ser sinceros con el primer impulso que nos llevó a escoger una carrera humanística; defendamos el derecho a decidir.
Digo yo.