Notas sociales #116
30/08/2024 al 02/09/2024
Para ser maligno hay que tener poder, pues este otorga la seguridad de ser descarado.
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De nuevo un apagón. Este monstruo solo acabará devorado por un monstruo mayor. Para hacerle frente, sinceramente, el héroe debe transformarse en algo peor, asumir la barbarie como parte de su accionar, como parte de su nobleza — si es que la tiene — .
No hay que olvidar que el mal sabe jugar mejor porque ha vivido siempre bajo la ley del truco, del espejismo, del engaño.
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La literatura no es refugio. Es la promesa de que todos los mundos posibles necesitan ser explorados.
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Soy partidario de que un escritor es su obra y no sus opiniones, a pesar de que estos se empeñen en demostrar lo contrario.
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Un taller de escritura no debe ser terapia para nadie, pero entiendo que la búsqueda artística conlleva a querer consuelo de nuestros pares. Eso sí, cuidadito con llevar las sesiones hacia el campo de la autoayuda. La escritura es destructiva, mafiosa, y siempre actuará desde las sombras.
La luz que trae el lenguaje vendrá, sin lugar a dudas, cargada de todos nuestros Abismos.
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Incomprensible que un par de páginas sobre la literatura imaginativa en España en la revista Locus sea motivo de alegría.
Hay que despegarse de la teta anglosajona, pues temo que hace tiempos ellos perdieron el norte de la imaginación.
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Mientras uno más envejece, más duro habla por teléfono.
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Sufro quizá — no, quizá no, estoy seguro — de patanería literaria, el fenómeno de enmascararse frente un interlocutor y buscar la manera de que cada opinión sea más que eso; maquillar cada palabra con seguridad, como si de verdad creyese en eso.
Yo no sé en qué creo.
Soy un tipo sin mucha fe, con un par de cuentos publicados por aquí y por allá, algunos con cierto encanto; otros, lindan con la mundana pestilencia. La extranjería la he experimentado desde chico, por las calles, a través de acordes y guitarras distorsionadas. Toda la rabia, toda la inconformidad, es lo que me ha conducido a más o menos pretender que sé dos o tres cosas sobre el arte, sobre la música, sobre la vida y sobre literatura. Fuera de eso, carezco de luminarias; soy un tablón de escasos recursos retóricos.
A todas estas, que esta captación benevolente para el lector me sirva como excusa para nunca callarme en medio de una mesa con cervezas y buenos amigos.
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El que escribe callao’ escribe dos veces.
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No conozco la obra de muchos. Me quedo atrás. Tantas antologías, nuevas y viejas, que se me escurren entre la digitalización. El tiempo se achica, y aunque pague con la vida mis horas de lectura, parece que no me alcanzarán nunca las fuerzas.
A todo esto, si hay mucha gente escribiendo, veo inútil — de vez en cuando, de vez en cuando — intentar hacer una Obra. Digamos, aquí ando, reverberando la matriz de alguna historia desde lo profundo de mi pensar, como si fuera el primero en contarla cuando en realidad ya la habrán narrado otros y mejor. No encuentro sentido.
Soy el estilo de lo que no he escrito.
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Ojalá regrese la gentileza de los nombres de antaño.
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Parafraseando algo de por allí: «No importa cuánto se lea, sino qué tan abierto está uno a la hora de ser conmovido por esas ideas».
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De verdad no quiero andar recolectando triunfos. Siento que caigo en la fanfarronería asociada a las redes especializadas en currículos.