Notas sociales #11

Siempre he tenido conflictos con eso de que “toda propuesta artística es política”. Mientras unos justifican, con razón, que cualquier manifestación del humano dentro del embutido social es una prueba de permanencia dentro de sus muros, otros van más allá e insisten que detrás de cada máscara ficcional, de cada mundo posible, se esconde el ardor de una ideología partidaria, una revolución insistente y luchadora contra los poderes manipuladores de turno y vaya usted a saber.
En lo particular, me hastía, pues de banderines y de capitalismos inventados (pues, según la academia, hay que ir reinventando siempre al enemigo de las artes, y qué casualidad que siempre es la economía de mercado) mucho no sé. El discurso lo veo soso, dispar, ¿de dónde viene esa noción? A veces me parece que llegó de la nada; y los críticos culturales, preocupados, sí, por el lugar del artista en el mundo, por no decir “sus propias sillas inmaculadas y terminológicas”, perpetuaron esas ideas para hacernos creer que somos manipulables, idiotas y que el conocimiento solo crece fuera de las sociedades que no se entregan al consumo y a los tentáculos del neoliberalismo, que dicho sea de paso, nadie logra definir.
Y a cuento, uno se tiene que aprender esos vacíos para tener un par de buenas calificaciones. Ya me pasó con la teoría marxista, que en el fondo no es más que una abominación teórica en lo social, en lo cultural y en lo humano.
Quizá peco de inflexible e irreflexivo; quizá no tengo sensibilidad con las causas nobles de turno o me harté muy rápido de las desgracias pasajeras que abordan nuestra realidad latinoamericana, esclavizada a sí misma por el poder de los Estados, por la retórica oportunista cazabobos, que clama justicia para los desprotegidos y prosperidad para los corporativistas.
En fin, supongo que sí, soy político. Pónganme en el espectro que quieran, da igual. Yo solo quiero escribir sobre el país de las hadas y sobre cosas que pasaron hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana.
-
Tal vez lo que esperamos de la ficción no sea más que eso: una ficción.
-
Daré un taller literario. Primera vez. Admito una dificultad tremenda en concretar todo lo que hay en mi cabeza, incluidos los desatinos, que espero que también le ayuden al tallerista.
Por las noches pienso que estoy usurpándole el sitio a alguien más. Hay tanto buen escritor dando vuelta, y a esos los odio porque no soy yo -al mejor estilo del Hemingway representado en Midnight in Paris-. Se ven nobles, puros, llenos de aciertos, de vocación digna de ser imitada. Quizá por esa razón muchos no me hablen o mantengan su distancia; y a la inversa, no me atrevo a acercarme por miedo a sentirme -más- fuera de sitio.
Al menos puedo leerlos, y me da cierta calidez.
-
No comprendo la banalización de la muerte, y menos en estos tiempos. Hay mucho “me quiero matar”, “me quiero morir”, “ojalá estuviese muerto”, pululando por allí como si fuese un chiste sin remate.
Cuando leo o escucho algo parecido es inevitable recordar la muerte de mi papá. ¿Pensarían igual si sus últimos momentos conscientes fuesen intubados a un respirador? ¿Si tuviesen la certeza de que una vez cierren los ojos no volverán a despertar? Y luego, intento adivinar lo que pasó por la cabeza de mi papá en esos momentos: ¿cuáles serían sus últimos pensamientos? ¿Cómo sería la renuncia de sus sueños y aspiraciones?
Estos berrinches ocultan las verdaderas aristas de otras enfermedades como la depresión, y hacen que las personas que de verdad sufren de ella no sean tomadas en cuenta, sino relegadas al anecdotario cultural y colectivo de estas redes. Yo no soy nadie para dar lecciones de moral; pero, por favor, dejen la estupidez, que las uñas rotas se arreglan, una mala nota se enmienda; la pérdida de la vida, de la esperanza de seguir junto a los tuyos, no.
De seguro esto se puede equiparar al típico enunciado de: “bueno, deberías estar agradecido, pues en África están pasando hambre”. Muy cliché, y muy todo, pero sí, menos mal que estoy acá, pasándola como me toca pasarla, y no cayéndome a coñazos por beber agua potable. Así que… sí, estoy agradecido dentro de todo. Y eso no me obstaculiza a aspirar cosas mejores.
Admito que estoy aterrorizado. Soy víctima del miedo. Respeto el más allá; su ojo me observa en la oscuridad de estas líneas, en el espacio que hay entre letra y letra. Quién sabe si podrían ser las últimas.
-
Con detenimiento pienso que no debería tomarme en serio, pero luego resisto la idea de la misma manera en que me opongo al desgano artístico.
Si yo no me tomo en serio, no hago nada; y como quiero hacer cosas, es mejor moverse y enseriarse con lo que uno es y pretende.
Me tomo en serio por respeto al oficio, a la vocación de crear, imaginar y componer posibilidades. Me es indiferente si el mundo me toma a parodia o si los desentendidos intelectuales de la moralidad elevada, paladines del verbo deconstruido, crean que no hay futuro.