Notas breves #7
#7
Nací un día de 1989 para darme cuenta, treinta años después, que terminaría postrado en un catre de burlas y atenuaciones hacia mí. Camino entre migajas, entre divagaciones que ya no siento, entre reconocimientos que ya no son propios. Soy un reflejo pálido en la mirada de alguien más, casi como una fantasmagoría a la que se le acaban las palabras para generar contacto. No logro determinar si siento asco, o que poco a poco estoy cayendo en la soledad de un trotamundos sin carretera.
A veces pienso que dichas pupilas son las fantasmagorías, un degradado del ser, que generación tras generación se blanquea a sí mismo por razones que desconozco. Perdemos la comunicación, la empatía, la capacidad de mirarnos en unos abrazos de despedida o en una confesión con olor a café. Preferimos ser furtivos y nadar en una juventud que finge estar asqueada de sí, cuando lo que busca es el foco de una cámara o una simulación social en un número predeterminado de caracteres.
Ay, qué pena me dan quienes en vano intento rescatar, cuando yo mismo me apeno por estar fuera de dicha habitación. ¿Sería yo más feliz en mi ignorancia o seguiría siendo una piñata de deseos que van más allá de un chisme de pasillo? Tal vez soy el divertimento de sus casi inexistentes experiencias, el matiz de algo que no alcanzarán porque el vacío de sus auras está condenado a repetir lo nuevos errores de dioses viejos.
Y yo, como observador, solo me horrorizo al borde de las conveniencias estacionarias.
