Notas breves #4
#4
Es una vieja película entre el despertar y el dormir, como si un proyector, posado en quién sabe dónde, moviera los hilos de lo que diré a lo largo del día; y en ocasiones, hará de titiritero y determinará lo que en mi pecho intenta creer por suyo.
Imposible hacer de nosotros un sentimiento, y mucho menos pensamiento. Pareciera que esas cosas no son dadas, pues en un momento carecemos de ellas y al otro nos hundidos en la desesperación de extrañar. Buscamos untar nuestros vacíos con la compañía, al tiempo que las soledades echan a volar con aquel par de alas que les acaban de crecer. Todo, absolutamente todo, en un remolino de añoranzas y deseos, maquinados por una inteligencia que debe estarse riendo de lo precipitado del sentir humano.
¿Y después? La nada. Del blanquecino jardín al pálido burdel. Tomo el aire entre mis manos; se cristaliza y disuelve como mi lugar en el (tu) mundo. Qué temor al después, siendo este primero y último.
Cuán grande el miedo a perder, mayor la emoción de perpetuarse. Entonces comienzan a pelear esas ganas de ser una lápida en la memoria, una tumba que pueda visitarse, dejarle flores y rendirle pleitesía por lo que su ocupante ofreció en vida, en esas atemporalidades emocionales que solo le importan a uno en la calle poco transitada, bajo un techo de nubarrones hambrientos.
Llueve, siempre llueve, cuando el peso del pecho supera la fuerza de las piernas.
Queda la desdicha de sabernos
un palpitar caduco,
semilla que envejece,
engrane a merced del óxido.
