Notas breves #19
#19
Huérfano de mí mismo, toca entregarse al control del piloto automático de mi cabeza. Como si no me conociese, dejo consumirse en el fuego, hasta que sean cenizas, las luminarias de mis alegrías. Su destino, sabía yo, era ese: quedar paralizadas en su propio cementerio, bordarse un traje de espinas marchitas, antes de que la lanza del tiempo se incruste en mí.
Solo la repetición me mantiene cuerdo. Este ciclo infinito y pesaroso es el único alimento que necesito para arrastrarme hasta la fosa. Dudo del Todo como el Todo duda de mí; soy la duda. No me muevo, he quedado quieto esperando que deje de fijarse en si mi utilidad no se basa en un mero consentimiento del desengaño.
Son estas horas, las horas sin nombre, las horas impuntuales, las rezagadas en el flujo del pensar, en las que un filamento del sol intuye que debe calentarme el rostro. No sé si lo hace porque algo en su pecho se lo ha indicado o porque es un compromiso inconsciente de su naturaleza. Le digo que se vaya, que este cuerpo ya frío no merece tal ilusión si a la larga volverá la oscuridad; que me traiga un cuchillo y así rebanar, tajo a tajo, mi lengua para que jamás pronuncie palabra, para que se desconecte, de una buena vez, de las remanencias del sentir, de esta alma que solo ocupa un espacio intrascendente en mi cuerpo. Cada pedazo volverá a la tierra, bien oculta de la tentación de coserla de nuevo. Que no haya más canto.