Notas breves #1
#1
Hay veces en las que anhelo la idea del Destino; estar programado para seguir una ruta, una serie de códigos moldeados a la imagen y semejanza de un camino ya dispuesto. Eso, en cierta medida, haría las cosas más fáciles: podría ir y venir bajo una ilusión de libertad, y a sabiendas de que no importa lo que haga, mi felicidad — o infelicidad probable — es un hecho ya acordado por algún contrato celestial, mecánico o genético; una transacción entre supraconsciencias, por así decirlo.
Podría desligarme de varias ilusiones. Siempre he sido un tipo muy ilusionado, que idealiza, que “pedestaliza”, siendo yo mismo, raras veces, un pedestal del que yo mismo me bajo una vez que me aburro — con las consecuencias que esto pueda traer — .
Sin embargo, desecho la idea de que todo está dispuesto, escrito, grabado en alguna piedra cósmica. Aborrezco las leyes de atracción y las metáforas de la nueva ola que parecen que solo existen para justificar y “conspirar energéticamente” a nuestros caprichos. Dejan de lado, a mi parecer, el acto de sincerarse.
Sincerarse es horrible. Somos horribles. Somos una carga de cicatrices, que intentan arrastrarse hacia otras cicatrices. Pero, sobre todo, sincerarse es un acto voluntario. Si mi Destino es sincerarme, estoy a la disposición de él. Quizás he sido yo, fuera de esta realidad, el que ha pactado para que este Destino me acompañe.
Mi Destino no es el de otros. Quisiera que lo fuese, a veces, no lo niego. Quisiera arrancarme los ojos, colocarlos en tus cuencas y gritar: “Mira con estos ojos, que no son tuyos, pero que ahora, voluntariamente, he decidido que lo sean; vemos, podemos, observar lo mismo”. Eso evitaría disculpas que se quedan en el silencio. Eso evitaría culpas que se quedarían en nuestros hombros. Una forma drástica de aquel viejo dicho de “ponerse en los zapatos del otros”. El sufrimiento ajeno, muchas veces, nos es extraño. Yo no comprendo la mayoría de las lágrimas que derraman por mí; las sufro, sí, pero no las entiendo. Para entenderlas habría que ser un Santo, un Buda, y yo abandoné esa aspiración hace un tiempo. Quiero ser la divinidad de los errores, de las metidas de pata, de las culpas, del arrepentimiento; quiero el caos porque nadie me ha comprendido en calma.
Quiero ser mundano. Equivocarme como un mugroso ser humano con vicios. No me quiero autodestruir; solo quiero ser un péndulo. Mi naturaleza, si es que eso existe, es ser un péndulo en la escala de grises de un mundo que ha decidido ser de color. Me toca, quiera o no, aceptar el asco, el tuyo y el propio.